Creo que es casi imposible encontrar el punto de origen en ésto. Me he puesto a pensar y creo que cualquier cosa, comentario o pensamiento puede provocar algo así.
Sólo basta un: "Estás más gordita", "¿Seguro que quieres comerte éso?", "Si sigues comiendo así se va a notar", "Ése pantalón te queda más ajustado", o simplemente basta ser inconformista.
Nunca lo fuiste. Tu pelo nunca estuvo lo suficientemente largo, tus caderas nunca fueron lo suficientemente bellas, tu cintura nunca fue tan estrecha, tus piernas nunca fueron lo suficientemente delgadas, tu cara jamás estuvo del todo angulada. Siempre hay algo que mejorar, siempre hay algo que cambiar. No eres de las que se conforman y lo sabes.
He pensado también, en que es algo que no se puede evitar. Y no es porque no haya sabido en lo que me metía. Siempre lo supe. Sabía que no era normal lo que estaba haciendo y sabía perfectamente lo que era la anorexia. Lo que no sabía, era lo difícil que era de manejar. Creo que a todos nos pasa eso de: "Tengo el control, sólo 2 kilos más y ya". Pero en el fondo sabes, y siempre supiste que no era así. Simplemente no te importó. Y es que en una vida tan miserable, sinceramente, ¿Importa?
Es hasta irónico, porque de pequeña me enfermaba del estómago y lloraba cada vez que vomitaba. Odiaba sentir ése malestar.
Sabes que ya no hay vuelta cuando te importa una mierda lo que pase en el camino, el fin es el mismo, pero la meta ha ido variando acorde al pensamiento. Sabes que ya no te conformas con 45 kilos. Sabes que te seguirás viendo gorda con 37 kilos, y sabes también, que te da igual morir en el intento.
Cada vez que comes sientes ése malestar que sentías de pequeña cuando te obligaban a comer la comida que más odiabas, y tenías que hacerlo por obligación.
Tienes la solución en tus manos, literalmente. Y lo más gracioso, es que ya no te da ni asco. Ni el más mínimo asco. Ya no te sientes mal cuando vomitas, sino que te alivia. Ya no te da asco manchar tu pelo o tu ropa con vómito. No te da asco sentir tus manos llenas de vómito. No te da asco volver a sentir el sabor. Y hasta te lo tomas con gracia.
Cuando ayunas, la satisfacción que te sientes no se compara a nada. Estómago vacío por un periodo de tiempo, equivale a un kilo o dos menos. Es ahí cuando te das cuenta de lo poderosa que es la mente. De que el asco le gana al hambre, y de que todo hubiese sido más fácil si hubiese sido así siempre.
Lo mejor es cuando la gente nota los cambios, y te lo aplaude. "Qué delgada estás", "Sigues así y desapareces", "Ése pantalón te queda gigante", "Eres la mitad de lo que eras antes". Y hasta los comentarios insultantes te parecen gratos. "Ya no eres tan bonita como antes, estás esquelética", "Te queda mal ése pantalón, no tienes trasero para llenarlo", y así un largo etcétera.
Como no todo en la vida es gratis y lindo, vienen los atracones. La peor pesadilla. Y es que cuando has estado días ayunando, todo puede perderse en unos minutos. Es tanta hambre, asco y frustración la que vienes arrastrando que no te importa comerte el refrigerador completo. Comienzas a comer lo que te gusta, pero no así como quien se sienta a comerse un plato de comida. No. Tú eres de las que te quedas de pie y con el refrigerador abierto. De las que se esconde para que nadie la vea. De las que compra comida especialmente para esas ocasiones. Cuando notas que no te satisface lo que acabas de comer, prosigues con lo que tienes enfrente. Da igual si es comida de ayer, si es lo que no te gusta, si no tiene sabor, al final ni lo sientes. Comes compulsivamente y sientes como se te va quedando atorado en la garganta. Te das una pausa y sabes que estás haciendo mal. Sabes que eres la misma cerda de siempre, y sabes que la has cagado. Te viene la angustia y con ella, más ganas de comer.
Y sabrá la que lleva tiempo en ésto, el típico pensamiento de: "Igual lo vomitaré todo, así que seguiré comiendo", y como buena gorda, te lo zampas todo. Sin dejar rastro. Eres cuidadosa porque no quieres que nadie note lo cerda que eres. Quieres que todos piensen que no comes nada, que eres linda y pulcra.
Cuando sientes que el estómago te va a explotar, es cuando te detienes. Y cómo no, lloras. Lloras de angustia, impotencia, vergüenza, frustración y por ser débil. Te levantas corriendo al baño y ni siquiera tienes que hacer el mínimo esfuerzo, porque la comida sale sin problemas. Lo expulsas todo, tiene que ser todo. Hasta que sale sangre, y te alivias. Ha terminado.
Te consuelas con la idea de que mañana ayunarás nuevamente. Sabes que estás dentro del círculo vicioso.
Cuando se te niega la posibilidad de vomitar, te laxas. Con lo que sea, la desesperación y asco puede más que cualquier impedimento. Haces ejercicio botando toda la culpa.
Cuando caes en lo que has hecho, viene el llanto. Pero ése llanto explosivo. Ése en donde te autolesionas por haber sido tan estúpida. Y más adelante profundizaré en las autolesiones, en otra entrada.
Todo ha pasado. Ya no cae más sangre, ya no duele más el golpe. Ya no quedan lágrimas. Y es ahí, cuando te dices a ti misma: "¿Qué estoy haciendo con mi vida?", claramente, sabes la respuesta. Pero es la pregunta que siempre te acompaña. La mochila que te pesa.
Hablaré por mí, porque no conozco sus casos. Pero es ahí cuando vienen las voces. A recriminarte y a reírse de ti. Vienen a hablar bajito para que te sientas observada. Y cuando notan que ya tienen tu atención, se lanzan a los gritos y a palabras hirientes. Saben dónde atacar. Conocen cada punto débil.
Viene el caos , tapas tu cabeza con la almohada y tiemblas hasta que se callan. Ahí comienza a brotar la primera lágrima, y mil más salen junto a ella. Apoyas tu cabeza en la almohada, con los ojos hinchados de tanto llorar y ése suspiro típico que sale cuando la angustia te gana. Cierras los ojos, y al otro día cuando los abres, notas como tu cuerpo ha cambiado su forma.
Tus piernas no son las mismas. No. No. No. Has engordado. Y te vale mierda haberlo vomitado. Sabes que es mental, pero sin embargo tu cara está más gorda, tu abdomen está hinchado y sabes que tienes que hacerlo otra vez. Te prometes a ti misma que no volverás a fallar. Te miras al espejo y sientes tanto, o más asco, que cuando empezaste en ésto. Sacas la mirada rápidamente porque no soportas verte así. Y comienza el nuevo día.
Siempre igual.
La misma mierda, diferentes días.
Lo más triste, es que sabes, y puedes hasta jurar y apostar, que toda la vida será igual. Porque te prometiste no volver a fallarte. Y aunque lo hagas a diario, sabes que la lucha la vas a ganar tú. Y todo lo demás queda en segundo plano si sabes que todo estará mejor cuando ganes. Y vas a luchar.
Y vas a mentir.
Y vas a dejar de comer.
Y vas a vomitar.
Y vas a morirte, pero qué más da. Si al fin sabes, llega la paz.
-¿Saben lo terrible que es intentar descubrir tu verdadero tú y no gustarte, intentar bajar de peso y no poder, intentar detenerte y darte cuenta de que es demasiado tarde?, creo que ahí comenzó todo. He estado pensándolo y ahí comenzó todo.
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