Pensamientos perversos engañando a la mente.
Una mente débil que se entregó desnuda a ti.
Una mente que corrompiste como tantas otras.
Pero tu mente favorita.
Mente que resultó ser más perversa y más manipuladora de lo que jamás llegaste a pensar.
Mente que miente y quiere violentamente.
Mente que es más tuya que mía.
Mente que te pertenece.
Porque me transformaste en arte.
Y no te culpo por tomar los pequeños trozos desamparados de esta débil mente y repararla. A tu forma, claro. Siempre tan dañina.
Tampoco te culpo por burlarte de mis emociones, ni de mis decisiones.
Tampoco de mis opiniones. Que, a pesar de que me las preguntabas, jamás las escuchaste realmente.
Siempre me hacías hacer lo que te apetecía. Y cuando me harté.
Cuando quise huir... Ya era demasiado tarde...
Te enredaste en mí y comenzaste a trabajar más duro que nunca.
Tenías miedo a perderme. Porque juntos somos la mejor obra de arte jamás hecha.
Y cuando me convertí en tu kamikaze, te reíste de mí.
Y me hiciste sentir tan ingenua. Indefensa y desamparada.
Porque, aunque no lo creas, yo deseaba ser tu kamikaze. De no ser así, no me imagino por qué aún me duele saber que no puedo volver a ti. Que estoy atada a la otra esquina.
Me duele saber que no regresaré a ti.
Eras arte. Y hablo en tiempo pasado, porque en pasado te convertiste.
Y aunque intentaste volver, después de tanto, ya no es lo mismo.
Porque me hiciste temerte.
Me hiciste, y luego no supiste deshacerme.