Odio a sí misma.
Odio a los demás.
Odiaba lo que debía amar.
Y se mostraba indiferente con lo que debía odiar.
Odia en qué se convirtió. Sin embargo, sabe que no puede ser de otra forma.
Odia sus miedos e inseguridades.
Odia su rabia y amargura.
Odia al amor, porque el amor la odia.
Odia odiarse, pero odia aún más aceptarse, porque sabe, no lo merece.
Odia estar sola, pero odia más la compañía.
Porque odiaba cada parte de ella.
Cada comisura.
Cada cabello.
Cada peca.
Cada marca.
Odiaba hasta lo que era insólito.
Y eso la hacía odiarse el doble.
Odiaba su mentalidad fría.
Y odiaba su mentalidad débil.
Odiaba sentirse vulnerable. Y cómo no, odiaba aún más sentirse invencible.
Porque sabía, no lo era.
Había sido vencida, no una. Sino muchas veces.
Se odiaba ella, y al mundo que la rodeaba.
Se odiaba por no poder amarse ni un poquito.
Se odiaba por ser así.
Tan torpe.
Tan insólita..
Tan infeliz.
Tan odiosa.
Tan odiosa.